No fue un día más en Barcelona, ni en toda Catalunya. En la sede
del Parlamento se elegía la nueva mesa que llevará adelante la tarea de
proceder a investir a fin de este mes al nuevo presidente del Gobierno catalán.
Sin embargo, previo a lo más importante de la jornada ya existía el
convencimiento en los grupos independentistas que con el voto unificado de
todos ellos se podría propinar un nuevo bofetazo político al gobierno
derechista español presidido por Mariano Rajoy.
Con los alrededores del Parlamento cerrados a cal y canto por la
policía autónoma para que “no haya presión en la calle”, y las rejas que lo
rodeaban convertidas en una colorida exhibisión de miles de lazos amarillos
(utilizados como símbolo para exigir la libertad de los cuatro dirigentes
catalanes prisioneros en cárceles españolas) varios miles de manifestantes
independentistas se conformaron con agitar sus banderas estelladas y gritar sus
consignas a 300 metros del mismo, en el Paseo Lluis Companys. Lo hicieron
frente a una gran pantalla que daba cuenta de lo que iba ocurriendo en el
recinto. Los gritos de “ni un paso atrás” dirigidos a los diputados seguramente
no se escucharían en el Parlament, pero de todos modos marcaban el estado de
ánimo de una franja numerosa del pueblo catalán que no quiere que le arrebaten
en las instituciones lo que supo ganarse en la calle.
Cada voto de los diputados republicanos era ovacionado así como
crecía el abucheo cuando se nombraba a los españolistas de “Ciudadanos”, un
partido que se parece mucho a “Cambiemos” de Argentina, a la MUD venezolana o a
cualquier otra variante fascistoide latinoamericana. Finalmente, una ovación y
el agite de cientos de banderas independentistas anunciaron que Roger Torrent,
joven dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya será el nuevo presidente
del Parlamento, acompañado de una mayoría de diputados del arco soberanista.
Esto significa una nueva advertencia al gobierno del PP y a sus aliados del
PSOE, sobre algo que ellos ya saben pero no quieren aceptar: Catalunya
quiere romper definitivamente las cadenas que la atan a un imperio tan cruel
como autoritario.
Finalmente, la multitud se abrió paso por calles laterales,
cantando las estrofas de Els Segadors (Himno catalán) y exigiendo la libertad
de los presos políticos. Así llegaron hasta las inmediaciones de la sede del
Parlamento. Una vez allí montaron guardia para ver y saludar a los diputados y
diputadas que cumplieron la palabra empeñada conservando la mayoría
independentista y de esta manera aseguraron el terreno para el plato fuerte que
será, dentro de muy pocos días (casi seguro el 31) la elección e investidura
del nuevo presidente de la Generalitat. Un cargo que tiene como principal
aspirante a Carles Puigdemont, hoy exiliado en Bruselas, después de ser
desplazado de su cargo por el represor artículo 155 impuesto por Rajoy y su
banda mafiosa.
Ahora habrá que esperar lo que sobrevendrá el día D, mientras
tanto desde Madrid siguen amenazando con desconocer lo andado, advirtiendo que
Puigdemont no podrá repetir. Desde la CUP (Candidatura de Unidad Popular), los
máximos exponentes de la izquierda revolucionaria que abonan la unidad
independentista, se exige que más allá de nombres propios lo que hay que
plantear es con qué programa se va a seguir avanzando en la construcción de la
República Catalana. Una exigencia impostergable y lúcida para que, entre las
presiones del enemigo principal (el fascismo español) y la tendencia a
edulcorar el proceso por parte e algunos sectores reformistas, no se provoque
una involución en tan importante escenario. El reaseguro para que esto no
suceda sigue siendo según los jóvenes de la CUP, como en todas partes, la
calle, donde el pueblo catalán sigue exigiendo autodeterminarse y custodia lo
ya conquistado.
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