Resulta increíble, pero los primeros
que dudaron de que Jesús había resucitado fueron sus propios apóstoles. Según
el Evangelio, quienes vieron por primera a Jesús vivo, tras su muerte, fueron
las Tres Marías, llamadas también Santas Marías o mirófonas por los ortodoxos.
Estas estuvieron presentes en el entierro y fueron quienes hallaron vacía la
tumba del Mesías y, a este, de pie. Las mujeres fueron corriendo a anunciar el
milagro. "No se lo creyeron", se limita a constatar Marcos el
evangelista.
Los apóstoles, según el Evangelio,
solo creyeron el milagro cuando Jesús hizo acto de presencia. Entre ellos no se
encontraba Tomás, y este exigió, más tarde, pruebas materiales de que Jesús
había resucitado: "Si no viere en sus manos señal de los clavos, y metiere
mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no
creeré", dice Tomás en el Evangelio de Juan.
De la muerte y resurrección de
Cristo, aparte de los propios autores cristianos, también tienen mucho que
decir los romanos y los judíos. En los círculos científicos, sus testimonios se
consideran más fiables.
'La incredulidad de Santo Tomás' de Caravaggio
Por ejemplo, el historiador romano
del siglo I Cornelio Tácito, en su obra final, 'Anales', señala que el
emperador Nerón culpó a los seguidores de Cristo del Gran Incendio de Roma. La
causa exacta del incendio, que devoró gran parte de la ciudad, sigue siendo
incierta, pero la población de Roma sospechaba que el propio emperador provocó
el fuego. Razón por la que decidió culpar y perseguir a los cristianos.
"En consecuencia, para
deshacerse de los rumores, Nerón culpó e infligió las torturas más exquisitas a
una clase odiada por sus abominaciones, quienes eran llamados cristianos por el
populacho. Cristo (…) sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a
manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato, y la superstición muy
maliciosa, de este modo sofocada por el momento, de nuevo estalló (…) en Judea
[e incluso] en Roma", escribe Tácito.
Los historiadores romanos Thallus, Suetonio
y Plinio el Joven también procuraron documentar los eventos que acaecían
entonces. Sin embargo, se consideran las obras del historiador del siglo I, el
judío fariseo Tito Flavio Josefo, las más importantes.
"Y cuando Pilatos, frente
a la denuncia de aquellos que son los principales entre nosotros, lo había condenado
a la Cruz, aquellos que lo habían amado primero no le abandonaron ya que se les
apareció vivo nuevamente al tercer día, habiendo los santos profetas predicho
esto y otras mil maravillas sobre Él. Y la tribu de los cristianos, llamados
así por Él, no ha cesado de crecer hasta este día", escribe Flavio en su
obra 'Antigüedades judías'.
El fragmento suscitó gran debate
entre los estudiosos del siglo XX. Hay quien dudaba de que alguien como Flavio,
quien profesaba el judaísmo y quien consideraba a los cristianos una de las
muchas sectas de entonces, pudiese haber escrito eso. Sin embargo, el fragmento
existe, también, en la versión árabe del manuscrito de Flavio, el más antiguo
de los que se conservan junto al griego.
Ciertamente, según los lingüistas el
fragmento no fue retocado por los líderes de la Iglesia, una práctica del todo
habitual y frecuente en los primeros siglos del cristianismo.
"El fragmento de Flavio en su
versión árabe es bastante realista (…) En la versión griega es evidente que se
añadieron cosas", señala Iliá Veviurko, profesor de la Facultad de
Filosofía de la Universidad Estatal de Moscú.
La ciencia no tiene dudas
Si tanto judíos como romanos
consideraban a los seguidores de Jesucristo parte de una de las muchas sectas
de entonces, ¿por qué en sus escritos se interesaron tanto por ellos?
"La venida de Cristo no tuvo
lugar en un momento cualquiera: todo el mundo civilizado (como se entendió,
literalmente, en aquel entonces) estaba unido bajo un gran Estado, el Imperio
romano. Además, Cristo llega en un momento en el que el pueblo judío se
considera a sí mismo elegido por Dios. De ahí que tengamos pruebas de los
orígenes romano y judío", explica a Sputnik el historiador y sacerdote
cristiano Pilip Iliáshenko.
La ciencia no cuestiona la
autenticidad de los manuscritos históricos. Resulta interesante, sobre todo, la
forma como los historiadores romanos escriben sobre Cristo y sobre sus
seguidores. Hablan de los cristianos, por una parte, con arrogancia y desdén y,
por otra, con una suerte de asombro que intentan ocultar: ¿cómo es posible?
¿Cómo es posible que un predicador cualquiera y, a simple vista, un
desconocido, y a quien se sometió a un castigo arduamente doloroso y
vergonzoso, tuviera tanta influencia?, pregunta el historiador.
El mero hecho de que los
historiadores prestaran atención muestra que el surgimiento del cristianismo
"fue un evento extraordinario". "En una parte muy pequeña del
imperio, estaba sucediendo algo que parecía insignificante. Pero las ideas de
Jesucristo después de su muerte se mantienen y se extienden". "Parece
que no está, pero no se olvida, su palabra es estruendosa y se despliega en
todas partes", señala a Sputnik el historiador.
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