(https://www.aporrea.org/oposicion/n320777.html)
Este acuerdo, de haber sido firmado por la oposición, ponía fin
a la crisis política que, con sus repercusiones económicas y sociales, había
desatado una de las más graves crisis de Venezuela en su historia. Era también
un paso gigantesco hacia la normalización de una situación regional cada vez
más crispada por las resonancias del conflicto venezolano. El pretexto sorpresivamente
utilizado por la avergonzada oposición fue la renovada exigencia de que las
elecciones presidenciales fuesen monitoreadas por el Grupo de Lima, una
colección de países (Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica,
Guatemala, Guayana, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, Santa Lucía)
cuyos gobiernos compiten para ver quien hace gala del mayor servilismo a la
hora de obedecer las órdenes emitidas por la Casa Blanca para atacar a
Venezuela. El Grupo de Lima no es una institución como la UNASUR, la OEA u
otras por el estilo. El documento elaborado en la República Dominicana ponía en
manos de la Secretaría General de la ONU organizar la fiscalización del comicio
presidencial, una institución infinitamente más seria y prestigiada que el Grupo
limeño en donde abundan los narcopresidentes, los golpistas bendecidos por
Estados Unidos como los mandatarios de Brasil y Honduras , gobiernos como el de
México que hicieron del fraude electoral un arte de incomparable eficacia, o el
de Chile, cuyo mayor logro democrático es haber decepcionado tanto a su pueblo
que menos de la mitad del electorado concurrió a votar en las últimas
elecciones presidenciales. Sin embargo, la exigencia de que este impresentable
grupo de gobiernos fuese el encargado de garantizar la “transparencia y
honestidad” de las elecciones presidenciales en Venezuela fue el pretexto
utilizado para boicotear un acuerdo que tanto trabajo había costado sellar.
¿Cómo explicar este súbito e inesperado cambio en la opinión de la oposición venezolana?
Para responder a esta
interrogante hay que viajar a Washington. Tal como era previsible para la Casa
Blanca la única solución aceptable pasa por la destitución de Nicolás Maduro y
un “cambio de régimen”, aún si esta opción entraña el peligro de una guerra
civil e ingentes costos humanos y económicos. En otras palabras, el modelo es
Libia, o Irak, y de ninguna manera una transición pactada entre el gobierno y
la oposición, o menos todavía, aceptar la supervivencia del gobierno
bolivariano a cambio de algunos gestos de moderación por parte de Caracas.
Desde la perspectiva geopolítica que informa todas las acciones de la Casa
Blanca ningún escrúpulo moral puede interferir en el proyecto de someter
Venezuela al yugo estadounidense, esa enfermiza obsesión del imperio para
convertir en un protectorado norteamericano a un país que cuenta con las
mayores reservas petroleras del planeta y un territorio dotado de inmensos
recursos naturales. Para los halcones de Washington cualquier opción distinta a
esa es pura sensiblería, y si los políticos de la oposición venezolana creyeron
que estas negociaciones serían si no avaladas al menos toleradas por la Casa
Blanca cayeron en una infantil ilusión: creer que a Estados Unidos le importa
la democracia, o lo que ellos llaman “crisis humanitaria”, o la vigencia del
Estado de Derecho en Venezuela. Al imperio estas cuestiones le son
completamente irrelevantes cuando se habla de la inmensa mayoría de los “países
de mierda” que constituyen la periferia del sistema capitalista mundial. Por
eso no fue casual que la orden de abstenerse de firmar los acuerdos coincidiera
con la visita de Rex Tillerson a Colombia, y que fuese el presidente Juan M.
Santos quien tuviera la deshonrosa tarea de transmitir el úkase imperial
a los representantes de la oposición reunidos en Santo Domingo.
¿Cómo seguirá esta historia? Washington está tensando la cuerda
para tornar inevitable una “solución militar” en Venezuela. Fue por eso que
Tillerson recorrió 5 países latinoamericanos y caribeños, en un esfuerzo para
coordinar a nivel continental las acciones de lo que bien podría ser el
comienzo de un asalto final contra la patria de Bolívar y Chávez. El Comando
Sur está alistando personal de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Panamá sin
otro verosímil propósito que el de atacar a Venezuela. Mientras, la ofensiva
diplomática y mediática se extiende por todo el mundo. El Parlamento Europeo ha
dado nuevas muestras de su proceso de putrefacción y redobla las sanciones
contra Venezuela, al paso que los sirvientes latinoamericanos y caribeños de
Washington se pliegan oprobiosamente a la agresión. Este 8 de Febrero el
gobierno de Chile anunció la suspensión de manera indefinida de su
participación en el diálogo venezolano porque, según La Moneda, “no se han acordado
condiciones mínimas para una elección presidencial democrática y una
normalización institucional.” Parece que, como una vez dijera José Martí, en
Venezuela está llegando “la hora de los hornos y no se ha de ver más que la
luz.”
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