“Acá los niños de 8 y 9 años ya están
trabajando, los tienen como los adultos, son niños que dejaron la escuela. ‘¿No
te cansas? ¿Por qué trabajas?’, pregunta la señora, ‘porque no tengo papá’,
dice el niño. Hay muchas situaciones de las que te enteras, la maquila es muy
triste, los niños apenas pueden con el pantaloncito, ‘no te duelen tus
manitas’, ‘sí’, responde el niño”.
Es
el relato de una obrera que trabaja en las maquiladoras de pantalones de
mezclilla en el municipio de Ajalpan, Puebla, donde Joaquín Cortez Díaz realizó
la investigación Esclavitud moderna de la infancia: los casos
de explotación laboral infantil en las maquiladoras, con la
cual obtuvo el título de licenciado en Trabajo Social con mención honorífica
del Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la
Interculturalidad (PUIC) de la UNAM.
En esta investigación, Cortez Díaz
plantea que en México hay más de 2 millones 500 mil niños trabajadores, el 8.4
por ciento de la población infantil que labora se concentra en los estados de
Colima, Guerrero y Puebla.
Es en esa última entidad donde los
niños, debido a la escasez de recursos económicos y al desconocimiento
desorganizado de los derechos humanos, son explotados con jornadas de trabajo
de 12 horas, condiciones precarias y salarios bajos.
En Los Cabos o en Sinaloa los niños
se dedican a la agricultura, pero poco se habla de los niños que trabajan en la
industria de las maquila, así que Cortez Díaz se propuso trabajar en las
maquiladoras y llevar a cabo la “observación participante”.
Pidió trabajo en una fábrica, “por mi
falta de experiencia me dieron el puesto más bajo, es el que le dan a los
niños: el puesto de manual, pareciera ser que son actividades sencillas como
recoger un pantalón, pero al día los niños recogen como 20 bultos de 60
pantalones al ritmo de las maquinas”, apuntó el universitario.
Duró sólo dos días con ese trabajo,
al cual calificó de desgastante y refirió que entre las máquinas y la pelusa
los niños, entre 8 y 14 años, desayunan; de las 13 a las 14 horas es el tiempo
de la comida, y a las 20:00 horas terminan su jornada laboral.
Asimismo, recorrió las calles y
detectó obreros, dueños de maquiladoras y niños trabajadores. Descubrió que hay
quienes estudian y trabajan, otros que trabajan de tiempo completo, “para pagar
sus estudios y ayudar a sus familiares, ganan entre 550 y 750 pesos por más de
48 horas semanales”.
El ambiente de trabajo es duro, no
hay medidas mínimas de seguridad y los menores de edad constituyen del 10 al 15
por ciento de trabajadores de la maquila, “en lugar de estar en las aulas,
marcan las telas, cortan y recogen la mezclilla, son violentados no sólo por el
patrón, sino por sus propios compañeros adultos”.
Por otro lado, los dueños de las
maquilas niegan la existencia de niños entre su nómina, “tener niños trabajando
es muy común en maquiladoras clandestinas, que son la mayoría, ya que son muy
pocas las que están bien establecidas y que dan seguro”.
La
investigación de Cortez Díaz develó que al entrevistar a varios de los niños
señalaron que las altas jornadas de trabajo los obligaban a comprar 50 pesos
de cristal para aguantar, “antes inhalaban tíner pero
ahora les alcanza para algo más”.
A Joaquín aún le impactan estas
cifras, por ello, desea visibilizar esta problemática social que existe en las
maquiladoras, no sólo en los niños, también de niñas y señoras que trabajan
toda su vida ahí, “que se visibilice y permee a otras zonas del país”.
Finalmente, el universitario expresó
su intención de aportar una estrategia para disminuir este problema estructural
de Puebla.
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