Ser funcionario u operador
político era un signo de poder en el partido. En el caso de los socialistas,
estos cargos se distribuían por fracciones, por ejemplo, al comienzo de la
transición a la democracia, la Megatendencia y luego, la Nueva Izquierda,
presidida por Camilo Escalona; por su parte, los democratacristianos han
conservado, desde 1965, la “vocación de Partido de funcionario”; para qué
detenernos en el PPD y en el Partido Radical.
Otro tipo de personaje que
caracterizó a los partidos de la fenecida Concertación fue surgimiento de los
“operadores políticos”, especie de secretarios y jefes de gabinete que, junto
con llevar el maletín a sus líderes, los imitaban hasta en los gestos, incluso,
en los trajes italianos, y se hacían tan necesarios como los pequeños bichos
que se adhieren a piel de los elefantes y de otros animales – en ese tiempo, a
nadie se le ocurriría la genial idea de Bosco Parra, de que la Izquierda
Cristiana no postulara a ningún cargo gubernativo durante la Unidad Popular -;
en definitiva, cuando no hay ideas y muchos menos sueños de vigilia, el
realismo prueba que lo mejor es el asalto al botín del Estado; se impone
el “pituto o muerte”, en consecuencia, partidos políticos que viven del Estado,
una vez perdido el poder, no tienen más recurso que el camino de la agonía – el
caso del PPD y la DC -.
Se dice que en la vida hay
que tener un 1% de inspiración, un 2% de sudor y un 97% de suerte. Un político
sin fortuna está condenado al fracaso, y qué duda cabe que Piñera es un tipo
con mucha suerte y podrá gobernar con una economía recuperada y en plena expansión
y, como si fuera poco, se beneficiará de las modernizaciones de la Presidente
Michelle Bachelet. En Chile nos gusta premiar a los derrotados: ha sido el caso
de los Presidentes José Manuel Balmaceda, Pedro Aguirre Cerda y Salvador
Allende e, incluso, nuestro héroe máximo, Arturo Prat, quienes son los
personajes más admirados por el pueblo.
Un político afortunado como
Sebastián Piñera, con poder, dinero y éxitos pecuniarios, a pesar de sus
esfuerzos, no ha logrado, hasta ahora, el amor de su pueblo: Es cierto que ganó
en la segunda vuelta gracias al terror de los “fachos pobres”, que lograron
auto- convencerse de que, de ganar Guillier, un hombre bastante moderado, el
país se convertiría en una “Chilezuela”, consigna difundida por los pasquines
de derecha, y el populacho gritaba, luego de conocerse el triunfo de su
abanderado, “nos salvamos”.
Mandar para los ricos se ha
convertido en el slogan de los gobiernos, presididos por empresarios de derecha
– Macri, en Argentina, Temer, en Brasil, Trump en Estados Unidos y Piñera, en
Chile – y tener contentos a los poderosos siempre ha sido mucho mejor negocio
que favorecer a los pobres, y el máximo a que pueden llegar estos gobiernos de
empresarios es una “derecha compasiva”, es decir, entregar a los marginados y a
la clase emergente los beneficios del chorreo.
Como sabemos, el Presidente
electo, que ya repartió su gabinete colocando, por ejemplo, al siútico
escritor Roberto Ampuero como Canciller, al jefe de los empresarios, Alfredo
Moreno, como ministro de Desarrollo Social, a Gerardo Varela, en el
Ministerio de Educación, un crítico acérrimo contra el derecho a la gratuidad,
demostrando que los ricos según ellos mismos pueden ser los mejores protectores
de los más desvalidos. El gabinete se complementa con su primo, Andrés
Chadwick, como ministro del Interior, y Cecilia Pérez, como vocera – según el
inefable y humorista Carlos Larraín, probaba el sentido social del Presidente
al nombrar una “morenita” en el gabinete” -.
Los partidos de Chile
Vamos, esta vez, no se van a dejar dominar por el reyecito Piñera, quien
durante el primer gobierno se dio el lujo de marginarlos, nombrando ministros a
su amigotes empresarios, gerentes y tecnócratas. Ahora viene el turno a
los partidos de Chile Vamos en el reparto del resto de los cargos de
subsecretarios, intendentes y gobernadores, seremis, directores de empresas del
Estado, puestos que no son pocos, pero que no alcanzan a saciar el
pantagruélico hambre de los dirigentes y militantes de los partidos de esa
alianza. Ya empezamos a ser testigos de las disputas entre los partidos grandes
respecto de los chicos, por ejemplo, entre la UDI y Evópolis, entre
Renovación Nacional y la UDI.
De todas maneras, la
ambición de poder siempre lleva a la corrupción y, finalmente, al declive de
gobiernos que han sido elegidos por una amplia mayoría: ocurrió antes con la
Concertación, ocurrirá ahora con el gobierno de Sebastián Piñera. Rafael Luis
Gumucio Rivas (El Viejo), El Clarín de Chile.
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