Podrá argüirse, ¿traición a
qué, o a quién? ¿A qué? Nada menos que a la mayoría del pueblo ecuatoriano que
votó por un candidato que se presentaba como el continuador de la Revolución
Ciudadana, un proceso de transformaciones profundas que cambió radicalmente, y
para bien, a la sociedad ecuatoriana. Moreno perpetró una estafa electoral,
como la de Mauricio Macri en la Argentina,
e incurrió en una malversación de la
confianza en él depositada por la ciudadanía que lo hizo presidente. ¿Debería
el pueblo ecuatoriano depositar su confianza en las promesas de un personaje
que ya lo traicionó una vez? ¿Por qué no habría de reincidir en su deshonesta
conducta? Por supuesto, como todas las creaciones históricas, la Revolución
Ciudadana tuvo sus contradicciones, sus grandes aciertos, sus errores y sus
asignaturas pendientes. Pero la dirección del proceso era la correcta y el
imperialismo y la derecha ecuatoriana no se equivocaron al transformar a su
líder, Rafael Correa, en la bête noire no sólo del Ecuador sino de la política
internacional. Traición al pueblo que lo votó, al partido que lo postuló para
la presidencia y también a Rafael Correa, de quien Lenín Moreno fue su
vicepresidente y muy estrecho colaborador, dentro y fuera del país, durante
diez años. Traición por atacar a un personaje de quien hablaba puras maravillas
durante la campaña electoral que lo proyectó al Palacio de Carondolet y en cuya
enorme popularidad se apoyó para prevalecer en el muy reñido balotaje. Éste
tuvo esas características porque ya desde la campaña de la primera vuelta la
derecha local e internacional, los partidos del viejo orden, las cámaras
empresariales y toda la oligarquía mediática en Ecuador y en el extranjero
denunciaban que el fraude se habría perpetrado por el Consejo Nacional Electoral
en la fase previa a los comicios y que se continuaría el día de la votación y
en los posteriores mientras se practicara el recuento de los votos. Una
acusación completamente infundada (como se demostró en la reunión de los
representantes de CREO-SUMA, la fuerza política que postulaba a Guillermo
Lasso, con los observadores internacionales invitados para monitorear el
proceso electoral). Algunos de estos, para nada simpatizantes del gobierno de
Correa, estallaron de indignación ante la catarata de falsas impugnaciones
motorizadas por los partidarios de Lasso y amplificadas extraordinariamente por
los “medios independientes”. En la citada reunión con la gente de CREO-SUMA uno
de los observadores puso punto final a las críticas diciendo: “no queremos chismes,
aporten datos concretos”. Nunca lo hicieron y jamás formalizaron una denuncia
concreta ante el Tribunal Contencioso Electoral. El objetivo de esta estrategia
difamatoria era muy claro: deslegitimar el previsible triunfo de Moreno en la
primera vuelta, debilitar de antemano su gobierno y ablandar el espíritu del
nuevo equipo de gobierno en caso de que el candidato de la derecha Guillermo
Lasso fuese derrotado en la segunda vuelta. Pese a lo absurdo e infundado de
esas acusaciones de fraude lo cierto es que hicieron mella en la frágil
contextura política de Moreno y en su entorno, quienes relegaron a un papel
subordinado y menor a Alianza País, una organización política que había dado
sobradas muestras –¡victoriosa en catorce procesos electorales- de su eficacia
como maquinaria electoral.
Pero la traición de Moreno
mal podría ser explicada sólo por factores psicológicos, como si sólo fuera la
maliciosa secuela de una desmedida ambición. Tampoco por groseros errores de
campaña, que ocasionaron una victoria muy ajustada. La fulminante y asombrosa
mutación de la orientación política del actual presidente está al servicio de
un proyecto restaurador para el cual fue reclutado -¿quién sabe cuándo, cómo y
a cambio de qué?- por los factores tradicionales del poder en el Ecuador y, sin
duda alguna, por Washington con el objeto preciso e impostergable de destruir
definitivamente cualquier opción progresista o de izquierda en el país y, por
extensión, a quien como Rafael Correa encarnó esos ideales durante diez años. Obviamente
que el actual presidente demostró ser un personaje tan escurridizo como
inescrupuloso, que se agazapó en los intersticios de la estructura
gubernamental y esperó con paciencia y astucia el momento para descargar su
puñalada trapera haciendo honor a la cita utilizada en el epígrafe de esta
nota. A todos les llamaba la atención, en su campaña, tanto en la primera como
en la segunda vuelta, los exaltados elogios a Correa y la facilidad con que
lanzaba promesas demagógicas de imposible cumplimiento. El lanzamiento del Plan
Toda una Vida surgió en las dos últimas semanas de la campaña de la primera
vuelta como un recurso para intensificarla, dada la probabilidad de no
atravesar al 40% de los votos. Con ese plan se buscaba aterrizar la propuesta
programática de Alianza País y otorgarle al discurso, hasta ese momento siempre
vago, de grandes visiones y mensajes esperanzadores propios de un pastor
tele-evangelista, mediante la enunciación de contenidos concretos y metas
identificables por los electores. En esa línea, prometió el oro y el moro:
empleo para todos, casas para todos, salud para todos pero sin jamás decir cómo
financiaría esas políticas y cuál sería su proyecto económico. Se suponía que
sería el que había instaurado su predecesor, pero llamativamente no habló de la
economía ecuatoriana, del dominio que pese a los cambios introducidos por
Correa seguían conservando los banqueros, los oligopolios mediáticos, el
capital extranjero; en suma, los que detentaban en el Ecuador el poder real,
distinto y muy superior al del gobierno. No pasó desapercibido para nadie como
en los tramos finales de la segunda vuelta Moreno se mostraba cada vez más
receptivo a los reclamos de la derecha, admitía sin respuesta sus acusaciones
de fraude, oía con indiferencia sus vociferantes quejas por la falta de
libertad de prensa en el Ecuador y a la necesidad de reabrir un diálogo que,
presuntamente, habría sido clausurado por Correa. Pese a ello a todos nos
sorprendió la intempestiva denuncia de corrupción lanzada ni bien asumió sus
funciones como presidente, sombra indecente proyectada indiscriminadamente
contra los funcionarios del anterior gobierno, salvo él, por supuesto. Si había
tanta corrupción como Moreno decía, ¿cómo tardó diez años en darse cuenta de
que estaba en un nido de corruptos? Dado que esto es inverosímil, si la
corrupción existió él fue cómplice de la misma; y si no existió lo suyo es una
infamia, perpetrada una vez más al servicio de la coalición de intereses que, a
fines del siglo pasado, hundió al Ecuador en la peor crisis de su historia.
El desmantelamiento de la
Revolución Ciudadana no sólo pasa por restaurar escandalosamente a los
banqueros y a la oligarquía mediática “el poder detrás del trono”, como la
verdadera autoridad del gobierno. El embate se descarga también sobre la
cultura y los medios de comunicación, con la razzia practicada en el periódico
oficial “El Telégrafo” que, bajo la nueva inspiración, cuenta con un ultra
corrupto como el presidente brasileño Michel Temer como uno de sus colaboradores
al paso que notables intelectuales ecuatorianos fueron corridos del periódico.
Moreno no encuentra nada malo en que el espectro comunicacional del país haya
caído una vez más en manos privadas o que medios del estado, como la Radio
Pública del Ecuador, por ejemplo, se convirtiese en vociferante expresión
crítica de todo lo que antes elogiaba. No obstante, el morenismo está lejos de
constituir un compacto bloque en el poder. Múltiples contradicciones lo surcan.
Por un lado están los sobrevivientes de la fase anterior, progresistas que –por
ahora- se desempeñan en el área de las políticas sociales hasta que la derecha
complete la purga realizada en la administración pública; frente a ellos se
agrupa un heteróclito enjambre de grupos empresariales que tomaron el gobierno
por asalto unidos por la común ambición de saquear a la economía nacional y al
estado y enfrentados a otros sectores corporativos que, dejados a margen del
festín, ambicionan asumir directamente el control del gobierno sin superfluas
mediaciones como la de Moreno y su grupo. Este asalto al gobierno por parte de
los grupos empresariales es análogo al que tuvo lugar en la Argentina con la
llegada de Macri. En ambos casos se produjo un extravagante y deplorable
tránsito desde el poder al gobierno cuando, en una democracia, se supone que la
marcha es al revés: es el gobierno surgido del voto popular quien tiene que
conquistar el poder o al menos fragmentos significativos de éste si es que
efectivamente quiere gobernar El resultado de esta inversión lo estamos viendo
claramente en la Argentina: vaciamiento de la democracia, desprotección social,
concentración de la riqueza y recrudecimiento de la violencia institucional
para acallar las protestas sociales. No creo que la historia sería muy diferente
en el Ecuador de continuar por el rumbo trazado por Moreno.
De lo anterior se desprende
que más allá de la aparente variedad de sus preguntas, el referendo de febrero
tiene un solo objetivo: tronchar de raíz la posibilidad de que Rafael Correa
pueda volver a presentarse a elecciones. Hay tres preguntas cruciales que son
las que revelan con claridad el proyecto político del nuevo bloque empresarial
que ha colonizado las alturas del estado: dos de ellas encaminadas a garantizar
lo único que le importa al imperio y a sus lacayos ecuatorianos: el destierro
político de Correa, condenarlo al ostracismo y, de ese modo, liquidar en pocos
meses su herencia política revirtiendo los cambios que tuvieron lugar en los
últimos diez años y reinstalando al estado nacional en su tradicional
subordinación a las fuerzas del mercado. Se trata de las preguntas sobre
supresión definitiva de la posibilidad que pueda tener una ciudadana o un
ciudadano de repostularse para el mismo cargo, lesionando el derecho de los
ciudadanos de presentarse a elecciones, de elegir y de ser elegidos, todo esto
justificado con el propósito de garantizar el principio de la alternancia. El
otro artículo busca eliminar al Consejo de Participación Ciudadana y Control
Social, un órgano que fue el custodio principal del estado de derecho y la
separación de poderes consagrada por la Constitución de Montecristi. De
aprobarse esta modificación las principales autoridades de las diferentes ramas
y aparatos del estado pasarían “transitoriamente” a ser designadas a dedo por
el actual presidente. En otras palabras, se legalizaría un golpe de estado. La
tercera, la número seis en el referendo, expresa con meridiana claridad el
pacto de Moreno con la oligarquía financiera. Mediante ella se pretende derogar
la Ley de la Plusvalía que tiene por objeto “evitar la especulación sobre el
valor de las tierras y fijación de tributos.” (1 ) En pocas palabras, de lo que
se trata con este ilegal e ilegítimo engendro jurídico es eliminar para siempre
la presencia de Rafael Correa en la política ecuatoriana (y regional);
reconstruir en clave corporativa y privatista al estado, como sucediera en la
Argentina de Macri, facilitando las operaciones especulativas de los
capitalistas (de ahí la anhelada derogación de la Ley de la Plusvalía) y
transfiriendo el control de los cargos decisivos del aparato estatal a manos
privadas, instaurando una suerte de CEOcracia que propinaría un golpe mortal a
las aspiraciones democráticas de la ciudadanía ecuatoriana.
A la traición se le suma la
infamia de una movida como ésta. Quienes luchamos por una Latinoamérica unida y
en marcha hacia su segunda y definitiva independencia no podemos sino expresar
nuestro más enérgico repudio a los nefastos designios del actual gobierno
ecuatoriano y la confianza en el pueblo de ese país que sabrá desbaratar esa
maniobra. En la primera nota que escribí a propósito de la trascendental
elección presidencial de Febrero del 2017 dije que en Ecuador se libraba una
nueva batalla de Stalingrado, decisiva no sólo para su futuro sino del de toda
América Latina. Respiramos aliviados cuando se derrotó al candidato del viejo
régimen, representante del país oprimido por una voraz oligarquía y sus
mentores del norte. Pero jamás imaginamos que en el valiente ejército ciudadano
que consagró la victoria de Moreno había un “caballo de Troya”, una quinta
columna dispuesta a traicionar no sólo al líder popular del Ecuador sino al
proyecto de transformación que él encarnaba. Si el pueblo ecuatoriano llegara a
respaldar la propuesta de Moreno en su referendo, si llegara a triunfar el SI
ese país se internaría, para su desgracia, en la misma senda opresora,
decadente y violenta abierta por Mauricio Macri en la Argentina. Una sobria
mirada a lo que está ocurriendo en mi país debería ser suficiente para
persuadir a las ecuatorianas y los ecuatorianos de la necesidad de evitar tan
nefasto desenlace. El triunfo del NO en las tres preguntas claves del referendo
abriría en cambio las puertas para el renacer de una esperanza hoy ensombrecida
por el oprobio de una traición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario