Esta acción no puede ni debe permanecer en silencio ante la
inmoralidad que significa condenar de por vida al ostracismo político a quien
fuera uno de los mejores presidentes de la historia ecuatoriana, que puso fin a
un período de tremenda inestabilidad política, económica y social, y a un
hombre profundamente consustanciado con la necesidad de promover la unidad de
Nuestra América.
El Ecuador actual es un país maniatado comunicacionalmente por
la oligarquía mediática, misma que actúa con la complacencia de un gobierno que
ha optado, de manera suicida, por dejar en manos de grandes intereses
empresariales el manejo de la comunicación social. En esas condiciones, la
posibilidad de que una población desinformada y manipulada mediáticamente pueda
responder afirmativamente a la consulta oficial y poner fin a la vida política
del ex presidente Correa Delgado es motivo de profunda consternación para todas
las fuerzas progresistas y de izquierda de América Latina y el Caribe. A su
claridad ideológica, a su apego a los ideales de los padres fundadores de la
Patria Grande, a su auténtica vocación latinoamericanista le debemos decisiones
fundamentales para la marcha de nuestros pueblos en pos de su Segunda y
Definitiva Independencia.
En línea con estas fuentes de inspiración ofreció a su país para
ser la sede de la UNASUR, dotando a esta institución (hoy castigada por la
reacción derechista predominante en varios países de la región) de magníficas
instalaciones en la mitad del mundo. Tuvo también la valentía de exigir la
salida de las tropas estadounidenses de la base de Manta y le hizo un enorme,
impagable, favor a la causa de la libertad de prensa y de expresión a nivel
mundial al ofrecer asilo diplomático a Julian Assange en la embajada del
Ecuador en el Reino Unido.
Durante su gobierno el Ecuador fue un punto de referencia para
todos los movimientos y las fuerzas sociales que en los cinco continentes
buscaban un destino mejor para sus pueblos. Rafael Correa Delgado fue un
gobernante que resistió a pie firme brutales ataques de las clases dominantes
de su país y del imperio norteamericano, que no escatimaron ningún recurso,
legal o ilegal, pacífico o violento, con tal de hacer fracasar a su gobierno, y
no pudieron. Un eventual triunfo del sí en la segunda pregunta del referendo
condenaría al Ecuador a prescindir, para siempre, del concurso de su más
significativa figura política de los últimos cincuenta años y de un presidente
que terminó sus diez años de gobierno con un índice de aprobación del 62 por
ciento pese a los efectos desquiciantes de la caída de los precios
internacionales del petróleo y los enormes costos de la reconstrucción del
terremoto del 2016 que asoló la provincia de Manabí. Un líder inmensamente
popular, dentro y fuera del Ecuador, que cambió definitivamente y para bien a
su país hoy está en riesgo de ser desterrado para siempre de la vida política
ecuatoriana. Pierde el Ecuador, y perdemos todos los latinoamericanos y
caribeños. Llamamos a la reflexión de ecuatorianas y ecuatorianos para no
incurrir en tan gigantesco desatino y dejar abierta la posibilidad de que el
ciudadano Rafael Correa Delgado pueda seguir siendo un protagonista activo de
la vida política de ese país y de toda Nuestra América.
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