-No, por eso le preguntó.
Este extracto de la audiencia judicial entre el juez Sergio Moro y Lula Da Silva
revela el carácter deliberado de la sentencia en su contra por supuestamente
recibir un departamento en calidad de soborno de la constructora OAS. Sobre
todo, por ser la postal que más sintetiza el carácter excepcionalista que cobra
la justicia a la hora de prácticamente proscribir al principal líder político
brasileño. Una verdad que cobra mucho más sentido si se tiene en cuenta que una
de las principales pruebas en su contra es la delación premiada del dueño de OAS,
Léo Pinheiro, obtenida a cambio de recuperar su libertad y salvar parte de sus
negocios, como si hubiese pagado una especie de rescate a la mafia que lo tenía
retenido.
Más allá de la condena: la destrucción del país más
grande de América Latina
La guerra jurídica que inició en Brasil, a partir del proceso judicial
denominado Lavadero de Autos, ha puesto patas para arriba al país que hasta
2014 tenía mayores posibilidades de convertirse en un rival de Estados Unidos
en el continente. Dirigida por el juez Moro, el Ministerio Público y la Policía
Federal, todos formados en cursos del
Departamento de Estado, la operación tomó un carácter de limpieza de la elite
brasileña, como si se planteara descabezarla con el objetivo de alejarla del
futuro de potencia que se abría en su porvenir después de recibir la cumbre de
los BRICS y la Copa Mundial de Fútbol.
En el transcurso de la investigación de Lavaderos de Autos se llevó a
juicio a más de 400 políticos, pero lo más importante fue que se generó un
clima de cacería contra las principales transnacionales de Brasil de importante
desempeño en mercados clave como el petrolero, armamentístico, alimentario y de
construcción. Hoy es un hecho que Odebrecht, Petrobras, Embraer y JBS, por
citar algunas, tienen acuerdos de colaboración con el Departamento de Justicia
de Estados Unidos, mientras sus rendimientos como transnacionales han mermado
importantemente en un contexto de desindustrialización del país.
Blindada por los medios, y una importante campaña cultural, la operación
Lavadero de Autos generó el clima político que permitió el arribo a la
presidencia de la coalición de partidos que encabeza Michel Temer. Una
presidencia de facto, a costa de la cabeza de Dilma Rousseff, que en menos de
dos años ha sancionado importantes reformas exigidas por los bancos y las
corporaciones estadounidenses, como la apertura de la Cumbre Pre-Sal, antes
potestad de Petrobras, la congelación de planes sociales y la reforma laboral
que lleva a la población más numerosa del continente a condiciones de trabajo
de hace 50 años atrás.
La condena a Lula parece cerrar el cerco a una opción política que
exprese a la mayoría de los brasileños que se oponen a estas controvertidas
reformas. Dado que la figura del ex presidente de Brasil se ubica primera en la mayoría de las encuestas electorales, en paralelo a un masivo rechazo a las políticas aplicadas por el gobierno de Temer. Lo que
evidencia la puesta en marcha de una democracia tutelada por los bancos, la
agroindustria, las mineras y transnacionales que hoy influencian las decisiones
del país luego del operativo de limpieza judicial que barrió con quienes antes
gobernaban Brasil.
"Lucha contra la corrupción": alcances y
objetivos de la cruzada judicial en la región
Según la Estrategia de Seguridad Nacional de la Administración Trump, la
lucha contra la corrupción en los países aliados apunta a "generar un
clima de negocios transparente para las empresas estadounidenses". Brasil
es el claro ejemplo de cómo esto se plasma en el terreno dado que la operación
Lavadero de Autos logró abrir importantes franjas del mercado brasileño antes
de exclusividad de las transnacionales del país. Una clara reedición de la
Doctrina Monroe que durante el siglo XIX y XX justificó la intervención de
Estados Unidos en América Latina cada vez que sus intereses empresariales
estuviesen en peligro o cuestionamiento.
En esta tribuna largamente hemos descrito el arduo trabajo del Departamento de Estado y Justicia por armar
una red de jueces, fiscales, procuradores y policías que respondieran
directamente a la matriz jurídica de "lucha contra la corrupción",
difundida desde Washington. La Estrategia de Seguridad Nacional de Trump es
reveladora en ese sentido, porque ubica todos los esfuerzos de su política
exterior en pos de la lucha contra la corrupción en el apartado de "Militarización
y Seguridad en América Latina". Una confesión de parte que hace más obvio
lo evidente.
Entonces es normal que se comprenda a la "lucha contra la
corrupción" como la justificación para limpiar las instituciones, y los
mercados latinoamericanos de políticos y empresarios que impidan "un clima
trasparente para las empresas norteamericanas". La operación Lavadero de
Autos es un modelo ejemplar de este tipo de intervención, que el Departamento
de Estado intenta replicar en áreas clave de la geopolítica mundial como Asia
Central y Europa del Este, donde las potencias se juegan su futuro como actores
de peso. Dado que sustituye como garantes de sus intereses a políticos y
militares desprestigiados por jueces y fiscales, protegidos de los vaivenes de
la región y el control del electorado.
Esta nueva forma de asegurar la posición estadounidense en el continente
ha sido considerada por algunos como el Plan Cóndor 2, en honor al programa
ejecutado en los años setenta y ochenta por la Administración de Richard Nixon,
Jimmy Carter y Ronald Reagan. Décadas donde la principal línea de defensa de
los intereses norteamericanos fueron las dictaduras militares, inspiradas en la
doctrina del enemigo interno y la lucha contra el comunismo difundida por la
Escuela de las Américas. Un modelo de control social que por esos años aseguró
el acceso a las riquezas del continente a las corporaciones estadounidenses y
europeas.
Sentencias y proscripciones: ¿hacia una nueva forma
de gobierno?
La condena a Lula se da en un contexto regional donde proliferan los
procesos judiciales impregnados de intereses del Departamento de Estado. Entre
los que destacan los expedientes de sobornos de Odebrecht, entregados a los
juzgados locales por el Departamento de Justicia, y las redes de fiscalías y
juzgados, financiados por programas de instituciones como la Agencia para el
Desarrollo Internacional del Departamento de Estado (Usaid). Ampliamente
abocados en profundizar la judialización de la política en América Latina.
Lo que da a EEUU una ventaja estratégica en controlar el devenir
de los sistemas políticos latinoamericanos en función del flujo de negocios en
la región, un objetivo enmarcado en la Estrategia de Seguridad Nacional de
Trump, apuntada a disciplinar el capital local y contener la influencia de
China y Rusia en el entorno cercano a ese país. La condena a Lula en esta
lógica visibiliza al poder duro que opera detrás de la "lucha contra la
corrupción", sin los mantos narrativos y culturales que lo fundamentan
ante las sociedades latinoamericanas.
Que Lula no haya tenido derecho al debido proceso, ni se le haya
respetado el principio de inocencia, demuestra la zona gris, sin leyes ni
reglas, ni garantías, hacia donde se mueven las instituciones del Estado
brasileño a la hora de intervenir en los conflictos políticos que en los
últimos años se dirimían, principalmente, por la vía electoral. Por eso el
hecho de que se lo haga previo a una elección presidencial pone, además, de
relieve la búsqueda de limitar las posibilidades de acceso al poder del PT. Una
proscripción de facto que retrocede a la región a épocas del pasado reciente
donde los líderes políticos eran inhabilitados, según su afiliación política y
capacidad de daño a los intereses empresariales.
En un contexto regional en el que sobresale el fraude en
Honduras, esto abre el interrogante si se intenta poner en marcha un nuevo
modelo de control social más abarcante y duradero en el tiempo. Destinado a
cerrar todas las vías institucionales, a las alternativas que pongan en
cuestionamiento las dictaduras de mercado que comienzan a instaurarse en
América Latina. Un interrogante no menor si se tiene en cuenta que el grueso
del progresismo aún considera que puede retornar al poder por la vía
democrática, sin cuestionarse este nuevo campo de batalla que se observa en
Brasil, donde un laboratorio judicial parece haber dado lugar a una nueva forma
de gobierno.
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